lunes, 28 de abril de 2008

Despertar

Es de noche. Ya no hay luz tras la ventana. A estas horas debe estar durmiendo. Es mi momento. Asciendo. Por suerte se ha dejado la ventana abierta. Me alzo sobre el alféizar y dejo caer delicadamente el maletín, posteriormente introduzco la pierna derecha. El suelo está enmoquetado. Mejor así. Con todo el cuerpo ya dentro de la habitación, observo. Estoy en un salón pequeño y bastante desordenado. En la mesa, los restos de la cena desprenden un repugnante olor a ajo. No es demasiado ordenado ni limpio, la verdad.
Atravieso el pasillo con el maletín en mi mano derecha. Sé donde debo ir, no quiero retrasarme mucho, tengo demasiado trabajo que hacer esta noche. Abro la puerta de roble que da a la habitación donde él se encuentra. Está durmiendo. Duerme tranquila y pesadamente. Su respiración es como el bufido de un toro. Me giro, cierro la puerta, un leve chasquido, ¡alerta!…pero nada, no se ha despertado. Abro el maletín y saco unas correas. Lo observo de nuevo, es tan…tan…asqueroso, tan repugnante. Duele demasiado verle así; tranquilo, inocente. Pero…no…no debo pensar, no debo odiarle, no estoy aquí para eso, no, al menos, no hoy.
Cierro los ojos, si sigo observando ese rostro en calma un segundo más estoy seguro de que acabaré matándolo sin pensarlo dos veces. Un disparo en la cabeza, y ya está todo hecho, pero no puedo hacerlo, no es así como funciona. El dolor, con la muerte tan cercana, no significa nada. Y yo estoy aquí para entregar mi mensaje. Yo estoy aquí para hacerles recapacitar. No puedo matarlos a todos. Aunque es lo que más deseo en este mundo.
Me vuelvo, de nuevo, hacia el maletín y extraigo un cedé. Me dirijo hacia el equipo de música, sabía que había uno, siempre lo hay. Nadie puede vivir sin música. Introduzco el cedé y pulso el botón de reproducción. Una melodía procedente de más allá del arcoíris inunda la habitación. En ese preciso momento él abre los ojos. Yo tensó las correas que envuelven la cama y así evito que se mueva.
- Hola. – Le digo. Él me mira, pero no me ve. Entiendo. No hay suficiente luz. No es necesario que ignore quien soy, voy a permitirle verme el rostro.
- ¿Quién coño eres? ¿Qué haces aquí?
- Tranquilo, todo a su debido tiempo. – Busco el interruptor, lo encuentro y lo enciendo. Ya hay luz. Más allá del mundo. Aquí mismo.- ¿Me ves?
- Claro que te veo, joder. ¡Vete de aquí ahora mismo, pedazo de cabrón!
- No. Ahora que me has visto, mírame bien, estudia mi rostro. Te voy a dar el primer consejo de la noche; Procura recordar mi cara el resto de tu vida. – Me acerco a él.- ¿No tienes calor?
- No, joder. Claro que no tengo calor.
- ¿Te molesta que habrá esta ventana? – No espero a que responda, la abro. Cojo una silla y me siento a su lado. Lo miro. Me mira. Sus ojos no expresan nada, el miedo que se esconde tras sus palabras aún no ha llegado a su mirada. Esto no puede ser. Me va a costar más de lo que pensaba.


Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Mis nudillos golpean incesantemente contra la carne y los huesos de su rostro. El sudor se mezcla con la sangre. Su sudor y mi sangre. Mi sangre y su sudor. Es un placer verle sufrir así. Es un placer ver como su cuerpo se contrae tras ser golpeado. Pero lo que realmente es un verdadero placer es observar como el sentimiento de miedo se va apoderando de todo su ser.
- ¡No tienes derecho! – dice.
- ¿Cómo?
- He dicho que no tienes derecho.
- ¿A qué?
- A hacerlo.
- No he hecho nada, ni siquiera he empezado a hacerte nada. – Mis palabras, más que mis actos, comienzan a mellar su resistencia. Miedo, terror y pavor. Sus ojos petrificados enrojecen, deben de escocerle. Empieza a llorar. Ahora la sangre desciende por su cara mezclada solamente con su sudor y sus lágrimas. Dulce sufrimiento. Terrible agonía la de la conciencia abocada a la ignorancia y a la fe. Despierta.
- ¿Por qué me haces esto?
- ¿Hacerte el qué?
- Hacerme daño, sufrir… ¿por qué quieres verme sufriendo?
- Yo no quiero nada. Eres tú mismo el que quiere verse sufriendo.
- ¿Yo?
- Si, eso es lo que he dicho, tú.
- No lo entiendo.
- Ya sé que no lo entiendes. Por eso estoy aquí. – A estas alturas la canción ya ha terminado, pero vuelve a surgir del silencio, tal como lo hace el arcoíris en el cielo. Abro el maletín y extraigo un martillo. Le cojo el dedo pulgar…
- No, no lo hagas, por favor. –Sus palabras se pierden entre gritos y maldiciones. – No tienes porque hacerlo.
- Si tengo un porqué. Por supuesto que lo tengo. - Se retuerce, su mano se me escapa.- Estate quieto o será peor.
- ¡No no no no no! ¡Por favor! – Intento cogerle la mano de nuevo, pero se me vuelve a escapar.
- Te he dicho que te estuvieses quieto. – Descargo todo el peso de mi cuerpo sobre el martillo que, a su vez, golpea con fuerza su rodilla. Ahora sí que se retuerce de verdad, ahora sí que grita como un hombre. Por fin. Las correas que le sujetan, desgraciadamente son bastante gruesas, es muy difícil que se libere. Debo seguir trabajando. – Espero que aprendas a hacerme caso. No estoy jugando.
- ¡Ahhhh! ¡Dios, ayúdame!
- ¿Quieres realmente que Dios te ayude? – No me mira. El dolor le ensordece, ahora mismo su conciencia está totalmente replegada sobre su cuerpo. Para él, ahora mismo, no existe el mundo. Sólo él. Sólo su rodilla. Sólo su dolor. Un dolor que lo envuelve todo, que se expande y se contrae diez mil veces por segundo. Un dolor que asfixia. No es lo que eres, es lo que sientes. Es sólo un juego de palabras ¿o no? - ¿Por qué crees que tu Dios tiene interés en ayudarte? ¿No parece bastante evidente que te ha abandonado? ¿No tienes la sensación de que has sido engañado?
- ¡Él existe! ¡Él existe y es bueno! ¡Nos quiere! – En sus ojos ha desaparecido el miedo, solo hay pasión. Ciega pasión. Alocada pasión. Está tan metido en el pozo que no consigue entender mis actos.
- ¿Sabes lo que realmente existe? – Le pregunto.
- ¿El qué?
- Esto… - Le cojo rápidamente el brazo y se lo parto en dos. El chasquido de sus huesos al romperse recorre mi etéreo cuerpo como una descarga nerviosa. No puedo evitar excitarme. No tendría que haber llegado a esto, pero lo deseaba.
- ¡Ahhhhhhh!
- ¿Lo ves ahora? ¿Lo sientes? – No me responde. Es buena señal.
- ¿Qué cojones es lo que tengo que ver? Me acabas de romper el brazo.- Ya no me mira a los ojos. Cobarde. – Déjame. Por favor, vete. No me hagas nada más.
- ¿Lo sientes o no?
- ¿El qué? No te entiendo, no quiero entenderte. No quiero sentir nada, solo quiero que desaparezcas. ¡Vete! Por…
- No vuelvas a suplicarme. Ese es el consejo número dos. No supliques, no te arrastres.
- Vale, de acuerdo. Haré lo que me dices. Todo lo que quieras.
- Esto no funciona así. Yo no decido. Yo no mando.
- ¿Y cómo funciona?
- Parece que no quieres entenderme. Te lo llevo explicando desde el principio. Esto funciona así. – Meto la mano en el maletín y extraigo unas tijeras enormes.
- ¿Qué vas a hacer con eso? ¡Déjalo! ¡Por favor!
- Veo que sigues sin enterarte de nada. No debes volver a suplicar a nadie. Pero, por encima de todo, no debes volver a suplicarme a mí. Eso me enfurece.- Le corto un dedo del pie, no sé cual, no me he fijado. Me sorprende que haya sido tan fácil. Grita y sangra. La sangre mana a chorro del lugar en el que antes tenía un dedo. Espero sentado a que se calme un poco, no puedo dejar que se desmaye. – Has estado toda tu vida con los ojos cerrados. Yo sólo intento hacer que reacciones. Es mi obligación.
- Explícamelo, pero no me hagas nada. No me hagas más daño, por favor.
- Se me está acabando la paciencia contigo. Pero lo intentaré de nuevo. Trataré de explicarlo dora vez. Pero para esto no sirven las palabras. Las palabras no sirven para nada realmente importante. Las cosas importantes van más allá de todo lenguaje. Más allá de todo sentido.- Pienso en tantas cosas que pierdo, momentáneamente, el hilo de mi trabajo. Yo también tengo mis recuerdos. Yo también he tenido parte de culpa.- Atento. – Sacó del maletín un cuchillo muy afilado.
- ¡No eso no! ¡Más no! – Le golpeo en la boca y le parto el labio.
- Calla y siente. No lo voy a repetir de nuevo. – Con un rápido movimiento de muñeca le rajo la oreja. Me quedo con una porción de ella en la mano; está fría y palpitante. Liberada. Ha sido un corte limpio, sangra mucho menos de lo que esperaba. – ¿Lo notas? Lo tienes tan cerca de ti, que es imposible no hacerlo. – Cuanto más dolor le infrinjo más difícil es transmitir mi mensaje, más se acerca a la inconsciencia y a la muerte.
- ¿Por qué lo haces? – Llora como un cobarde. Es un cobarde. Un cobarde sordo y ciego.- Yo no te conozco, yo no te he hecho nada. Soy inocente.
- ¿Inocente, tú? No me hagas reír, por favor. Nadie es inocente. Todos sois culpables. Culpables de vuestro dolor, de vuestra mezquindad. Culpables de vuestra mediocridad. Escucha bien lo que te digo. Aunque ya nada importa para ti -Me levanto de la silla. La ira me invade. Debo sosegarme.- Sino fueras tan culpable y tan débil, yo no estaría aquí. No eres ni siquiera consciente de todo el mal que te has hecho. Has decidido creer, ser como los demás. Uno más. Uno menos ¿qué más da, no? Nadie va a notar la diferencia. Pues te has equivocado. Todos os habéis equivocado. Claro que no da igual, claro que se nota la diferencia. Todo es importante. Yo sólo soy un mensajero, un mensajero que ha hecho todo lo que ha podido.
- ¿Quién te ha mandado?
- ¿Realmente eres tan estúpido que no lo sabes aún? Tú. Tú me has mandado. He venido aquí por ti y por nadie más. Por ti. Por ti y tu cuerpo. Por tu cuerpo.
- Pero…
- Calla. No quiero volver a oírte. No lo mereces. No eres capaz de sentir como tu propio cuerpo te habla. Él te suplica constantemente que le presets atención, pero tu lo has abandonado. Lo has abandonado todo. Tienes el brazo destrozado, una oreja amputada… ¿y aún quieres protestar? ¿Aún quieres seguir sintiéndote como una víctima?
- Por favor…
- No, ya no.


Salgo por la ventana. Lo he limpiado todo. Todo excepto una mancha en forma de mariposa estampada contra la pared. Son sus sesos. Desparramados, violados. He tenido que hacerlo, no podía más, no aguantaba una palabra más. Este es un trabajo muy duro, demasiado. Un día de estos, el que acabará con los sesos desparramados sobre una pared, formando una mancha en forma de mariposa, seré yo.
Lamentablemente él tenía parte de razón; Dios existe ¡y tanto que existe! ¡Por desgracia! Pero no nos quiere. Se ha olvidado de nosotros.
Observo la lista. El siguiente nombre es el de una mujer. Con las mujeres es mucho más difícil. Hoy no voy a ser capaz. Ya ha sido lo suficientemente duro. Lo dejo todo. Me dejo a mí mismo. Al muerto y al asesino. A la siguiente paciente o a la próxima víctima. Al vengador y al vengado. Los abandono a todos y me marcho. Me marcho más allá del arco iris.

domingo, 13 de abril de 2008

Dulce domingo verde y azul

Tumbado. Me despierto. Todo es oscuridad aquí dentro. Oscuridad y olor a rancio. No hay ni un solo sonido en todo mi mundo, el silencio se hace tan perceptible que, incluso, duele no llegar a oír nada, porque ese ligero zumbido dentro de mis oídos, zumbido que sin duda es el silencio, taladra y golpea (siempre por ese orden) sin compasión; primero taladra y luego golpea.

De pie. Piso algo blando y esponjoso, no es la alfombra, no, es algo circular, que al sentir el contacto con mi pie, se tensa y sale disparado hacía no sé dónde. Subo la persiana para dejar entrar el día en mi habitación, para dejar entrar la luz y la sombra, para dejar entrar los sonidos de la calle, en fin, para dejar entrar la vida. Dulce domingo verde y azul tras la ventana. La luz del sol me asalta y me asesta un golpe con su anaranjado mazo, violentamente se contrae mi pupila y una pequeña vibración brota sobre mi ceja derecha, lentamente la vibración se va extendiendo por todo el lado derecho de mi rostro, no es dolorosa, pero si muy molesta. A la vez la vista del ojo derecho se me nubla. No, nublar no es la palabra correcta. La sensación que tengo es como si un telón, blanco y viscoso, fuera cayendo sobre mi ojo. Pero, no es nada físico, nada que se pueda quitar limpiando concienzudamente el ojo, no sé cómo, pero sé que el telón se encuentra dentro de mi ojo y que, haga lo que haga, no lo haré desaparecer hasta que él quiera hacerlo.

Tumbado. Cierro los ojos con todas mis fuerzas. La vibración ya ha desaparecido, pero el telón sigue ahí, entre mi ojo y la realidad. Ante mí el mundo se resquebraja en dos. La parte visible y la oculta. Pero no sólo no consigo ver nada con el ojo derecho, sino que además he perdido la sensibilidad de toda la parte derecha de mi cuerpo. Mi oído derecho no oye como debiera. Mi mano derecha se ha convertido en un mero trozo de carne, se mueve sin precisión alguna. Siento como abandono toda esa porción de carne, para refugiarme, hecho un ovillo, en la parte que aun responde a mi voluntad. En ese momento empiezo a llorar al darme cuenta de todo lo que he perdido. Y lloran mis dos ojos; uno por todo lo que se le muestra y el otro por todo aquello que se le oculta detrás del velo y no consigue ver. Lloro desconsoladamente. Lloro como un cobarde. Lloro como un tonto. Lloro porque estoy seguro de que este será el último aviso.

Pero no lo es. El telón se desintegra como un trozo de tela roído por el polvo y el tiempo. Recupero lentamente mi campo de visión, una sombra susurrada por aquí y el vuelo de un pájaro escondido por allá. Me rio, frenéticamente, de mí. Por cobarde. Por tonto. Porque el telón ha desaparecido una vez más. Porque, al fin y al cabo, vuelve a ser un dulce domingo verde y azul tras la ventana.

domingo, 30 de marzo de 2008

La creación.

Delante de mí, la hoja de papel, blanca y virgen. Pozos profundos de inocencia perdida. Giros y más giros en busca de aquel paraíso rebosante de creatividad. Dos entidades absolutas, contrapuestas. La voluntad del sujeto y la fría barrera de la realidad. El deseo y el miedo.
Por encima del papel, la pluma, con su garra, preparada para manchar la blanquecina osadía de la nada, permanece inmóvil, expectante al deslumbramiento ideal del acto creativo. Pero no se mueve y así lleva toda la tarde. Ansiosa y desesperada por poder brindar a su público una estocada letal.
Alrededor de la pluma, la mano, sudorosa, rígida y vibrante. Repleta de sangre, músculos y huesos. El peso de la pluma la entumece, pero no llegará a soltarla nunca, eso sería renunciar. El corazón sostiene todo el peso, es la base, es lo imprescindible. Sin corazón no habría creación. El índice y el pulgar dirigen la pluma hacía los rincones deseados ejerciendo la presión justa en el lugar indicado. Sin índice y pulgar no habría inspiración.
Más allá de la mano, el brazo, prolongación del uno, nexo de unión. Suspendido en el aire espera una señal, una simple descarga eléctrica, para ponerse a trabajar.
Dominando el brazo, la cabeza. Ojos, boca, nariz y orejas. Y cerebro. Densa balsa de pensamientos perdidos, encontrados y vueltos a perder. Sentimiento tras memoria tras sensación.
Todo ello puesto al servicio de la creación de una única palabra.

Y detrás de mí, el incierto. Y detrás de mí, el olvido. Porque incierto es el olvido. Y olvido es el mundo.

martes, 18 de marzo de 2008

¿Y por qué?

Y estas serán mis últimas palabras. Sucias. Exhaladas con el suspiro perdido de aquellas personas abocadas al abismo del olvido. Palabras voluptuosas que tras sibilar entre mis dientes, se escapan y surcan el aire impoluto de mi habitación a oscuras.

Porque allá fuera, la oscuridad, ansiada por cada partícula de mi cuerpo. Deseo que todas esas promesas de días venideros se hagan realidad cuando más lo necesito, en este preciso momento. No mañana, ni dentro de un año. Ahora mismo. Porque mi alma, amortajada en su pena, acomodada en el ataúd de la desesperación y frustrada por todo aquello que la rodea, grita con mefistofélico silencio: ¡Libertad! ¡Abandono! ¡Felicidad! ¡Desesperación!

Y esas palabras chocan contra las paredes de mi cuerpo provocando hondas heridas, heridas que no se pueden curar en el día a día, ese tipo de heridas que te persiguen durante toda tu vida, que surgen en el momento menos pensado, te invaden y se apoderan de ti, resquebrajando tu voluntad, fragmentando todas y cada una de tus ilusiones y dejándote inválido incluso para levantar un dedo en señal de protesta.

Porque todo lo que ansío ya no existe, porque todo lo que espero ya pasó. Porque mi tormento es un pasado, un ayer, una historia común ajada por el egoísmo y el amor. Un sueño olvidado entre promesas de libidinosa voluptuosidad. Unos recuerdos que se extravían entre las nubes del amor.

Y me pierdo entre el sentido y el significado. El hombre es demasiado complejo para que el lenguaje pueda describirlo. El sentido no limita nada. Todo es significado.

Porque me rendiré. Dejaré que todo esto siga siendo como es. Porque ¿qué puedo hacer yo? Intenté olvidar todo lo que fue, pero no fui capaz. Aún espero una señal, una mirada. Aún espero esa palabra. Pero a cada segundo que pasa estoy más convencido que no llegará.

Y son todo palabras. Fáciles de pronunciar, difíciles de sentir. Cuando uno se siente golpeado por el significado de una palabra, justo cuando eso sucede, su lengua se olvida de cómo se pronuncia.

Porque la ventana está abierta y la suave brisa de la noche me susurra palabras conmovedoras.

Y es difícil articular los sentimientos y exhibirlos. A todos nos duelen, pero ninguno de nosotros lo refleja. Podemos ver a una persona llorar, pero cuando alguien nos abre su mundo y nos lo significa con palabras, nos sentimos incómodos. No somos capaces de soportar todo ese caudal de sensaciones.

Porque es la solución más fácil.

Y no puedo volver a empezar. Porque ya estoy de pie. Y camino hacia la ventana. Porque ya apoyo el pie sobre el alféizar. Y me alzo lentamente sobre él. Porque no veo nada. Y no siento miedo. Porque todo se ha acabado. Y…salto.

jueves, 6 de marzo de 2008

Oscuridad

Las piedras se clavan a través de la fina suela de mis zapatos. Piedrecitas pequeñas, afiladas como cuchillas, traicioneras. La noche ya se ha cerrado. Fría, violenta y dura, ella.
Miro hacia el este, cuatro pesarosas luces se me muestran envueltas en toda su languidez, es lo único que queda allá, a lo lejos, en la ciudad. Ahí abajo nada hay con vida, todo lo que aun se muestra no es más que puro reflejo de una vida pasada, de un día extinguido y de unas pasiones sofocadas.
Aquí, en cambio, todo no ha hecho más que empezar. El viento arrecia y me habla a través de muros de mármol y cobre. El silencio muere al sumergirse en pequeñas ondas sonoras, resquebrajadas y quejumbrosas. Incluso mis pasos, otrora inaudibles incluso para los más aptos, resuenan en lo más profundo de mí ser.
Siento dos jadeos, el más débil de ellos, el mío, ligero, despreocupado y monótono, el segundo, más pesado y profundo, cómo esa especie de suspiros que te son arrancados desde los deseos más íntimos y cavernosos, este segundo proviene de mi compañero y único amigo, Max, un pastor alemán de buen porte, trabajador, diligente y muy pensativo. Uno al lado del otro, caminamos. Uno al lado del otro, dos sombras en un mundo sin luz. Uno al lado del otro, guiados por la quintaesencia del deber.

Me pregunto cuánto tiempo llevamos haciendo exactamente lo mismo todas las noches, pero no sé responder a la pregunta, demasiado tiempo para recordarlo, demasiados días como para registrarlos todos.
Max se aparta de mí. Ha olido algo. Enciendo mi pequeña linterna y todo mi mundo se muestra en toda su macabra idealidad, pero no hay tiempo para pararse a contemplar, todavía queda mucho que hacer. Llego hasta donde se encuentra Max, él se gira, me mira y ladra.
- Vale, vale…ahora mismo la apago. – A Max no le gusta la luz de mi linterna, a Max no le gusta ninguna luz, será por eso por lo que sólo aparece de noche.
Apago la linterna y por unos instantes me hundo en una oscuridad más profunda que la de la noche, poco a poco mis ojos se adaptan a la falta de luz y consigo a duras penas diferenciar un bulto al lado de Max. Es hora de ponerse a trabajar. Deslizo las manos a través del bulto, por el tacto parece ser una bolsa de plástico, y encuentro un nudo mal hecho, lo deshago e introduzco mis dos manos dentro de la bolsa. Mis dedos desgarran el vacío de la bolsa y se topan con una superficie gelatinosa, está demasiado caliente, a Max no le va a gustar, aun y así lo saco de la bolsa y se lo ofrezco, Max responde abriendo la boca y lanzando un bufido al aire.
- Sí, ya lo sé, espera a ver si hay algo más. – Vuelvo a rebuscar dentro de la bolsa, pero mis manos no encuentran el fondo, así que me sumerjo en ella, introduzco la cabeza e instantáneamente siento el olor de algo mucho más dulce y sutil, alargo los brazos hasta el punto en que empiezan a dolerme y mis huesos restallan y, justo en el momento en el que creía que los brazos se iban a separar de mi cuerpo, consigo agarrar la fuente de dicho olor. Una redondez perfecta, suave y delicada, además a la temperatura justa. A Max le va a encantar.
Cuando consigo salir de la bolsa, encuentro a un Max intranquilo, no para de saltar y de moverse de aquí para allá.
- ¡Max, ven aquí! – Se detiene de golpe, me mira. Dos ascuas apuntando directamente a lo que llevo en brazos. Dejo el bulto en el suelo y me doy la vuelta, prefiero no mirar, ya es demasiado tétrico escuchar el ruido que Max hace.

Agarro la pala que llevo colgada a la espalda y comienzo a cavar entre sonidos de roturas de cartílagos, vísceras chorreando y Max masticando.
Cada palada que doy es como una catarsis, una liberación, una expulsión de mis demonios interiores. Exhalo mis miedos y tus miedos, los de todos. Exhalo la perdida y la confusión. Exhalo todas las noches como ésta. Y no me importa dónde terminaré, sólo me importa saber que volveré cada día al lugar en el cual mi pesadilla comenzó, el lugar en el que me equivoqué.
Max ha terminado, lo sé porque su cabeza asoma sobre el hueco que estoy cavando y me ladra.
- Ya voy, ya voy, espera un momento. – Agarro como puedo el borde del hoyo y haciendo un esfuerzo titánico consigo alzar mi cuerpo y subir.
Max ya no está, se ha ido. Como siempre me toca a mí acabar el trabajo. Hecho la bolsa y los restos dentro del agujero y comienzo a taparlo, el cansancio hace mella en mí, me pesan los brazos, me queman los ojos y me duele la espalda, pero por fin he terminado. Ya es hora de volver.

Las piedras ya no se clavan en la suela de mis zapatos. Ahora no son tan afiladas, ni traicioneras. Tampoco la noche es tan cerrada, ni fría, ni violenta, ni dura.
Y nada es como solía ser, porque ya he llegado a la puerta de casa. Infinitud tras de mí. Oigo ladrar a Max, siempre se despide igual con un “Hasta mañana”.

domingo, 24 de febrero de 2008

Chuck Palahniuk

Chuck Palahniuk es, a mi modo de ver, uno de los escritores más interesantes del panorama actual de la narrativa. Palahniuk se cuestiona en sus obras cuál es el papel del individuo dentro de la sociedad de consumo contemporánea y, a la vista de sus obras, el lugar que le toca al individuo en el presente no es demasiado favorecedor. Todos los personajes de Palahniuk son personas inadaptadas, que no entienden el mundo en el que viven y con un carácter mezcla de cinismo y de nihilismo.
Cada una de las obras de Palahniuk es también una vía de escape para estos individuos esclavizados y subyugados por la masa. Unos responden a base de golpes, otros a base de atragantamientos y los de más allá chocando con otros coches o iniciando un viaje.
Por ello me gusta pensar en la literatura de Palahniuk, como una literatura de la respuesta y de la negación. De la respuesta a un Statu Quo y una negación a la legitimidad de éste.
Así que a modo de iniciación he resumido y comentado muy escuetamente todos los libros que, hasta ahora, he leído del Palahniuk.

Club de Lucha: Como muchos otros, leí éste libro después de haber visto la maravillosa película de David Fincher. La película me impactó sobremanera, me encantó, encima Edward Norton es uno de mis actores predilectos. El problema es que como ya sabía de qué trataba la historia, el libro me pilló de vuelta y además no era el primer libro de Palahniuk que leía, por tanto, su estilo ya no me sorprendía y lo divertido e interesante de Palahniuk es la forma que tiene de hacernos sentir culpables y escandalizados a la vez, y al menos, en mi caso, ese escándalo y culpabilidad ya lo había sentido viendo la película.
De todas formas Club de lucha continua siendo uno de los mejores libros de Palahniuk, y lo es porque en él tenemos todo lo que encontraremos en las siguientes novelas del autor norteamericano; sexo, violencia, sentido del humor y unos personajes sobredimensionados, abandonados y rozando el nihilismo más irrisorio. Porque sí, los personajes de Club de Lucha son nihilistas y postmodernos, incómodos y desfasados. Ignorantes que incluso luchando contra algo, uno se manifiesta a favor de ese algo.
Club de lucha representa una visión global, y posiblemente algo exagerada, del momento que nos ha tocado vivir. Entre sus páginas encontramos el boceto del espíritu de nuestra época, algo desdibujado, eso sí, por la tendencia de Palahniuk a llevarlo todo al extremo, de buscar ese limite entre lo posible y la más pura fantasía. Y ese es posiblemente el mayor problema de sus obras, es decir, acostumbra tanto al lector a sentirse impresionado que cuando intenta dar una vuelta de tuerca más, el lector se queda como si nada hubiera pasado.
Suele pasarme q
ue las primera páginas de Palahniuk me parezcan increíbles pero que a partir de esa sorpresa inicial el libro se vaya diluyendo lentamente entre más sexo, mierda, insultos y violencia. De todas formas, todos y cada uno de los libros de Palahniuk que he leído hasta la fecha tienen un final a la altura del principio. Y Club de lucha es, seguramente, el mejor final de todos ellos.

Valoración: 8/10

Monstruos Invisibles: Todos nos hemos preguntado alguna vez en nuestra vida qué haríamos si fuésemos invisibles. Monstruos invisibles nos habla de otro tipo de invisibilidad, la invisibilidad que sufren aquellos que han sido atractivos y que han dejado de serlo. Estas personas pasan de ser el centro de atención de todo el mundo en la calle, en un restaurante o de fiesta en una discoteca, a pasar totalmente inadvertidos, a ser uno más del gentío que pasa por delante de nuestros ojos durante todo el día.
Este lib
ro nos habla del sufrimiento de aquellos que se sienten siempre observados, de aquellas personas que están siempre en tensión, procurando tener el peinado perfecto, el bronceado perfecto y el conjunto perfecto, de aquellas personas preocupadas por el "qué dirán".
Pero por encima de todo, Monstruos invisibles nos habla de la caída de la dictadura
de la belleza, de la libertad que comporta ser uno más, un feo entre feos, la libertad de no sentirte observado a cada momento.
Y eso e
s lo que le sucede a nuestra protagonista, Shannon es atractiva, tiene fama, novio, trabajo...pero toda su vida desaparece en el momento en que sufre un accidente que le desfigura la cara, en ese momento, pasa a ser un monstruo invisible, ya no es atractiva, nadie se fija en ella, su novio la deja y no le salen más trabajos. En esta terrible situación Shannon conoce a Brandy Alexander, aunque "conocer" no sea la palabra correcta. Brandy le presenta un nuevo futuro, un camino de esperanza y después de secuestrar a su ex-novio, los tres (Shannon, Brandy y Seth) inician un loco viaje que les llevará al lugar en el cual todo empezó.
Monstruos invisibles es una pequeña muestra de todo
lo que luego llegará a ser Asfixia. Personalmente lo que más me ha gustado de esta novela es la compleja figura de Brandy Alexander, un travesti de manos grandes (no estoy destripando nada que no se diga al inicio de la novela) con un gran secreto y no precisamente eso.

Valoración: 8/10

Asfixia: Dejando de lado que este libro tiene una portada que me encanta, Asfixia es la novela de Palahniuk que más me ha gustado.
Un estudiante de medicina frustrado tiene un plan, un ingenioso plan, diría yo, para ayudar a su madre, una madre revolucionaria, y a la vez, dictatorial con problemas de salud; va a restaurantes, se sienta a comer y en un momento dado finge asfixiarse con un trozo de comida, para que aquel que le salve, se interese por él y su patética vida, sienta la necesidad de ayudarle durante el resto de su días. Si todo esto no fuera ya de por si incorrecto, aun hay más, Víctor, que así se llama el protagonista, es adicto al sexo y asiste a reuniones, con más adictos como él, con el fin de buscar mujeres con las que compartir lecho e intimidad.
Asfixia es el retrato de lo más patético de nuestra sociedad, de esos personajes desheredados por todos, pero que existen aunque no queramos verlos. Palahniuk nos habla de personas incompletas, que viven vidas incompletas esperando la muerte completa. De personas que esperaban llegar a ser algo si trabajaban y se esforzaban lo suficiente. De personas que han dejado de ser estúpidas y ya no esperan nada.
Asfixia es otra muestra más de la "genialidad" de Palahniuk. Posiblemente no sea un gran novelista, tampoco es un poeta. Pero es claro y directo. Impacta y sorprende. Y eso es casi lo mejor que se puede decir de un escritor de hoy en día.

Valoración: 9/10

Nana: Nana es la primera novela de Palahniuk que leí y una de las cuales guardo mejor recuerdo.
Todo empieza cuando al periodista Carl Sagan le encargan escribir una serie de cinco artículos sobre la muerte súbita en la infancia. A Carl le afecta directamente el tema ya que perdió a su mujer e hijo de forma misteriosa en el pasado.
El otro personaje, y para mí, el verdadero protagonista, es Helen Hoover, una dedicada a la especulación inmobiliaria de viviendas en las cuales ha sucedido algún fenómeno paranormal. Helen también fue víctima de una perdida familiar en extrañas condiciones.
Carl y Helen se conocen de casualidad cuando Carl, en su estudio periodístico del asunto, descubre que en todas las casas en las que ha muerto un niño tienen una antología de canciones de cuna que incluye una pieza mortal. Una nana que asesina a quien la escucha y transforma a quien la aprende de memoria en un ser mortífero.
A partir de este encuentro Carl, Helen, Mona (la secretaria de Helen) y Ostra (amante de Mona) inician un viaje en busca de todos los ejemplares de dicha antología de canciones de cuna. Este es inicio para un Road trip desenfrenado en el que unos desconocidos van conociendo progresivamente a la persona que se encuentra en el asiento de al lado.
Nana fue, para mí, el descubrimiento de este tipo de literatura valiente, ácida e incluso, por momentos, desagradable, que te engancha porque te habla directamente sin los subterfugios típicos del escritor contemporáneo y sin la necesidad de tener que ser exageradamente bella o lírica para captar y mantener tu interés. Por eso me gusta leer a Palahniuk, porque siento que lo tengo justo delante contándome sus historias cara a cara y sólo para mí.

Valoración: 8/10


Diario: Diario; una novela es el diario que empieza a escribir Misty Tracy Wilmot después de que su marido entrara en coma. Misty es una artista mediocre ya retirada que sueña con poder volver a crear y que ahora trabaja de camarera en un hotel de una pequeña población. Mientras cuida de su hija y de su suegra, Misty va descubriendo una serie de mensajes que le había dejado su marido y poco a poco se va percatando del macabro destino que la isla en la que reside le tiene preparado.
Recuerdo que al leer Diario; una novela tuve la sensación de no estar enterándome de casi nada, sucedían cosas, yo leía que sucedían cosas, pero no entendía qué cosas, ni cómo, ni porqué sucedían. En esta novela encontramos todos los clichés de Palahniuk, pero sin llegar al nivel de Asfixia o Club de lucha. Sin duda Diario se queda a medio camino. Misty tiene trabajo, una mierda de trabajo, pero algo ya es, tiene familia y tiene un pasado. Los personajes secundarios son más secundarios que nunca, excepto Tabitha, la hija de Misty, lo que le resta un poco de profundidad a la trama de la novela ya que ésta se centra excesivamente en lo que le sucede a Misty, pero lo que a ella le sucede no es nada realmente digno de mención, sólo llegado al final de la novela uno se da cuenta de que todo tiene un sentido, algo pillado con pinzas, pero un sentido al fin y al cabo.
Diario es una novela que pretende ser una reflexión sobre la creación artística y la frustración del artista que se siente incapaz de crear algo realmente bueno, ya que todas sus obras son mediocridades que no sobresalen dentro de un mundo lleno de más mediocridades.

Valoración 6/10

Fantasmas: Escrita al más puro estilo de Chaucer en Los cuentos de Canterbury, Fantasmas narra las desventuras de una serie de personajes que acuden a la llamada de un anuncio que les promete una temporada de descanso en un retiro para escritores. Cada personaje se introduce a sí mismo y a su historia mediante un poema. Estas historias son, como no, muy morbosas; repletas de sexo, violencia y vísceras. Mientras los personajes van contando sus historias, se produce, durante su encierro, una serie de catástrofes, a cada cual mayor y más intencionada, y nos damos cuenta que el supuesto descanso para escritores no es tal.
Como suele pasar con las novelas que tienen esta estructura (salvo Hyperion), lo que les sucede a los personajes durante su estancia en el retiro de los escritores pasa a un segundo plano, lo que de verdad interesa y entretiene son sus historias y es ahí dónde, realmente, se encuentra la trama principal de la novela.
Fantasmas es una vuelta de tuerca más al estilo de Palahniuk. Me parece que en Fantasmas se le ha ido un poquito la mano, es cierto, que algunos relatos son excelentes, pero la mayoría son demasiado morbosos o nihilistas incluso para Palahniuk.

Valoración: 5/10


Rant: Ésta es la última novela, hasta ahora, de Palahniuk. En ella el escritor norteamericano vuelve a parecerse más al autor de Asfixia o Club de lucha, que al de Diario o Fantasmas.
A través de las confesiones de sus amigos, familiares y conocidos más íntimos, Palahniuk nos esboza el retrato de Rant. ¿Y quién es Rant? Nadie lo sabe a ciencia cierta, si algo queda claro tras leer la novela, es que nadie conoce del todo a Rant. ¿Es un asesino? ¿un sociópata? ¿un drogadicto? ¿un adicto al sexo? Un poco de todo y nada en particular.
Rant es la biografía del susodicho Rant, desde su nacimiento hasta su muerte, narrada por su madre, su amante, sus compañeros de choquejuergas o su mejor amigo de la infancia, entre otros.
Lo único claro que queda al finalizar el libro es que a Rant sólo lo conoce el propio Rant, ya que su personalidad se desgaja en varios personajes y en diferentes tiempos. Y al final no sabes si Rant es aquel que dicen sus conocidos que es, si Rant está muerto o ni siquiera si Rant ha existido en algún momento.
Rant es la novela más compleja y lograda de Chuck Palahniuk, desde su estructura hasta su narración Rant destila talento a raudales. No llega a la brillantez de Asfixia, ni al nivel de impacto de Club de lucha, pero no hay que olvidar que ésta ya es la octava novela del autor y que todos los lectores ya estamos más que inmunizados a sus ataques contra nuestra sensibilidad.

Valoración: 7/10

viernes, 15 de febrero de 2008

La carretera

Hay libros, que ya desde su portada desprenden cierta magia y encanto. Éste es sin duda uno de ellos, y eso que la portada española no tiene nada que ver con la estupenda portada original de la novela. Pero ese negro granulado, ese "Cormac McCarthy" y sobre todo las sanguinolentas letras de "La carretera", te inducen a pensar que dentro, entre sus líneas y escondido en las palabras, se encuentra una gran historia.
Y no es una gran historia porque sucedan grandes cosas; ciertamente ocurren muy pocas. La carretera, es más una novela de reflexión que de acción. Quién busque aquí una aventura a través de una carretera atestada de bandas antropófagas, con disparos y persecuciones acabará la novela y se sentirá muy pero que muy decepcionado. Es cierto que el mundo que aquí nos presenta Cormac McCarthy nos remite directamente a ciertas películas tipo Mad Max o 28 días después, pero aquí, los parajes desérticos, la naturaleza muerta y toda esa sensación de estar viviendo en un mundo apocalíptico, abocado al final de sus días es solo el contexto, el marco a través del cual se nos permite profundizar en la relación entre un padre y un hijo, y entre un hombre y él mismo. Con una serie de brillantes divagaciones sobre la soledad, el silencio, la desesperanza o la ex-sistencia.
Uno de los grandes aciertos de de la novela es, a parte de su extravagante pero muy sugestiva propuesta, la forma que tiene Cormac McCarthy de contarnos lo que sucede utilizando pequeños párrafos a modo de aforemas, diálogos cortos, muy del estilo de Saramago, pero a la vez directos en los que se muestra perfectamente el contraste entre el padre y el hijo. Toda esta estructura hace que avances página tras página casi sin enterarte. Porque ese es el principal aspecto negativo de la novela: se lee en dos días, uno se queda con ganas de saber más; más del antes y más del después. Aunque a veces está bien encontrar una historia que tras ser leída puedas concluir que no le sobra ni una sola de todas sus palabras.

Se quedó escuchando el goteo del agua en el bosque. Lecho rocoso, este. El frío y el silencio. Las cenizas del mundo difunto trajinadas de acá para allá por los crudos y transitorios vientos del vacío. Llevadas, esparcidas y llevadas de nuevo. Todo desencajado de su apuntalamiento. Sin soporte en el viento cinéreo. Sostenido por una respiración, temblorosa y breve. Ojalá mi corazón fuese de piedra. Cormac McCarthy, La carretera.

Valoración: 9/10

viernes, 11 de enero de 2008

Grandes frases de...amor I

Aquí una pequeña selección de frases:


Brendan miró a Victoria de Inglaterra y en un instante trazó un plan para el resto de su vida. Ella iba a necesitarlo cada vez más ahora…, y Enrique lo necesitaría cada vez menos. La amaría, y ella no llegaría a saberlo jamás. Y así siempre, veinte o treinta inviernos sin un beso, una caricia, una mirada de consideración. Pero este amor suyo sería cien, no…, mil veces más de lo que él merecía.” Martin Amis. Perro callejero.


“Todo el mundo tiene una pena de amor que dormita en el fondo de sí mismo. Todo corazón que no está roto no es un corazón.” Frédéric Beigbeder. 13’99 Euros.


“Ahora bien: desde los tiempos en que la vida del hombre transcurría en el verano perpetuo del Edén hasta los actuales en que transcurre en un invierno casi perpetuo dentro de las latitudes del pecado original, la vida del hombre ha seguido casi invariablemente un rumbo, el rumbo de Charles Darnay, el del amor a una mujer.” Charles Dickens. Historia de dos ciudades.


“Cuando la vida no concede a una persona aquello que le habría hecho feliz, puede servir de consuelo pensar que se hubiera podido tener.” Sören Kierkegaard. Temor y temblor.


“En la cabeza de Irena el alcohol desempeña un doble papel: libera su fantasía, alienta su audacia, la vuelve sensual y, al tiempo, vela su memoria. Salvajemente, lascivamente, hace el amor mientras la cortina del olvido envuelve sus lubricidades en una noche que lo borra todo. Como un poeta que escribiera su mayor poema con una tinta que, al acto, desapareciera”. Milan Kundera. La Ignorancia.

“A decir verdad, en aquella época a mí me importaba muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo.” Haruki Murakami. Tokio Blues.


Grenouille se asustó. "¿Y si esta fragancia que voy a poseer...-se dijo-desaparece? No es como en el recuerdo, donde todos los perfumes son imperecederos. El perfume real se desvanece en el mundo; es volátil. y cuando se gaste, desaparecerá el manantial de donde lo he capturado y yo estaré desnudo como antes y tendré que conformarme con mis sucedáneos. ¡No, será peor que antes! Porque ahora entretanto habré conocido y poseído mi propia fragancia y jamás podré olvidarla, ya que jamás olvido un aroma, y durante toda la vida me consumirá su recuerdo como me consume ahora, en este mismo momento, la idea de que llegaré a poseerlo...¿Para qué lo necesito, entonces?" Patrick Süskind. El perfume

domingo, 6 de enero de 2008

La puerta

Camino por el pasillo mientras la luz se escurre a través de los enormes ventanales, se hace de noche. Llega la calma, para algunos. Paso por delante de la estancia de mi gran amigo Miguel, aunque nosotros le llamamos Sapo, y él, por supuesto lo odia.
- Buenas noches Sapo. – No me responde, simplemente gruñe desde el otro lado de la puerta. Nunca ha sido muy amable.
Ya hemos llegado.

Me encierro en mi habitación otra noche más, soy incapaz de llevar la cuenta de cuánto tiempo he estado aquí metido pero tengo la sensación de haber pasado toda mi vida entre estas cuatro paredes. En mi habitación solo hay una cama y una lámpara roja en el suelo que ilumina insuficientemente la estancia. Todo está en perfecto silencio, todo, excepto yo, el estruendoso palpitar de mi corazón choca contra las cuatro paredes de la fría habitación y rebota hacía mis oídos, también respiro con dificultad, como si algo obstruyera mis pulmones. Todas las noches un inmenso desasosiego se apodera de mi cuerpo.
Bajo totalmente la persiana, odio que por las mañanas, al amanecer, la luz de sol se cuele en mi habitación y me hiera, con sus tibios rayos, los ojos. Así que, casi a oscuras y en silencio, me tumbo boca abajo en la cama, el colchón, duro como una piedra, se me clava en las costillas, escondido bajo las mantas, que hieden a mierda mezclada con naftalina, fijo la mirada sobre puerta “¿Se abrirá esta noche?” me pregunto.
Aún medio adormilado no aparto los ojos de la puerta, la miro amenazadoramente, no me voy a dejar amedrentar por ella, no, esta noche no. Pero un leve ruido de pasos hace que me sobresalte, veo por la ranura inferior de la puerta que alguien ha encendido la luz, veo, también, que dos pies se han parado justo delante de ella. Escucho su respiración ¿o es la mía que, sobresaltada ella, intenta advertirme del peligro? Tengo el corazón a punto de explotar en mis oídos, sus palpitaciones se han convertido en pequeñas explosiones nucleares; después del inmenso “boom” le sigue un insoportable “pii”. La habitación se ha quedado totalmente a oscuras, la luz que entra por debajo de la puerta me deslumbra y me daña los ojos, éstos comienzan a sangrar ¿o soy yo que está llorando? No, es un líquido rojo, así que es sangre. Pero no sucede nada, la puerta no se abre…


Los pies desaparecen y por la ranura de la puerta se cuela una pequeña hoja de papel cuadriculado, me levanto corriendo a cogerla, y en la pequeña hoja puede leerse, escrito con un trazo irregular y con tinta de color rojo, lo que llevo leyendo noche tras noche durante más de tres años: “Volveré mañana”. Se apaga la luz al otro lado de la puerta.
Vuelvo corriendo a la cama, y me tapo con las mantas. Hace mucho frío, pero, al menos hoy, no se abrirá la puerta.