Hay libros, que ya desde su portada desprenden cierta magia y encanto. Éste es sin duda uno de ellos, y eso que la portada española no tiene nada que ver con la estupenda portada original de la novela. Pero ese negro granulado, ese "Cormac McCarthy" y sobre todo las sanguinolentas letras de "La carretera", te inducen a pensar que dentro, entre sus líneas y escondido en las palabras, se encuentra una gran historia.
Y no es una gran historia porque sucedan grandes cosas; ciertamente ocurren muy pocas. La carretera, es más una novela de reflexión que de acción. Quién busque aquí una aventura a través de una carretera atestada de bandas antropófagas, con disparos y persecuciones acabará la novela y se sentirá muy pero que muy decepcionado. Es cierto que el mundo que aquí nos presenta Cormac McCarthy nos remite directamente a ciertas películas tipo Mad Max o 28 días después, pero aquí, los parajes desérticos, la naturaleza muerta y toda esa sensación de estar viviendo en un mundo apocalíptico, abocado al final de sus días es solo el contexto, el marco a través del cual se nos permite profundizar en la relación entre un padre y un hijo, y entre un hombre y él mismo. Con una serie de brillantes divagaciones sobre la soledad, el silencio, la desesperanza o la ex-sistencia.
Uno de los grandes aciertos de de la novela es, a parte de su extravagante pero muy sugestiva propuesta, la forma que tiene Cormac McCarthy de contarnos lo que sucede utilizando pequeños párrafos a modo de aforemas, diálogos cortos, muy del estilo de Saramago, pero a la vez directos en los que se muestra perfectamente el contraste entre el padre y el hijo. Toda esta estructura hace que avances página tras página casi sin enterarte. Porque ese es el principal aspecto negativo de la novela: se lee en dos días, uno se queda con ganas de saber más; más del antes y más del después. Aunque a veces está bien encontrar una historia que tras ser leída puedas concluir que no le sobra ni una sola de todas sus palabras.
Se quedó escuchando el goteo del agua en el bosque. Lecho rocoso, este. El frío y el silencio. Las cenizas del mundo difunto trajinadas de acá para allá por los crudos y transitorios vientos del vacío. Llevadas, esparcidas y llevadas de nuevo. Todo desencajado de su apuntalamiento. Sin soporte en el viento cinéreo. Sostenido por una respiración, temblorosa y breve. Ojalá mi corazón fuese de piedra. Cormac McCarthy, La carretera.
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